Aula Socrática: Hacia un estilo integral de pensar


                 “Como cae el gato sobre las cuatro patas, caemos nosotros una y otra vez en la objetividad asible (…). Quisiéramos, por así decir, conservarnos sanos asiéndonos a nuestros objetos; quisiéramos evitar el renacimiento de nuestro ser que se opera en el trascender”.  (Karl Jasper.  Der philosophishe glaube.  Edit. Piper, Munich, 1954, pág. 20”) Ya ha pasado más de medio siglo, desde que Kart Jasper pronunciara estas palabras; ¿ha cambiado nuestra situación actual? ¿Asistimos a una retirada del positivismo o éste se nos hizo tan cotidiano que ya no nos percatamos de él,  porque es parte del subsuelo desde el cual  vivimos y aparece como horizonte donde limita la mirada?
               
Independientemente de la respuesta que demos, y recordando el consejo de un estratega -no es bueno perder todas las energías dedicándose a derrotar al enemigo; lo importante es plantar las propias banderas- estas páginas tendrán como propósito instar a redescubrir la realidad que no es objetiva sino real, o, si se quiere, “transobjetiva”, “metaobjetiva”, “inobjetiva”, “supraobjetiva”; pues una existencia sin trascendencia será siempre una existencia sin valores, sin ideales, sin convicción, sin educación.  Es obvio, que todo ser humano, por ser tal, posee educabilidad y educatividad, esto es, la potencia de educarse y educar; lo que aquí queremos expresar es que, en un mundo cosificado, el hombre no sólo no actuará o realizará estas potencialidades; sino que actualizará otras contrarias a la educación. Así, quien no actualiza la generosidad, está actualizando el egoísmo y actuando avara o ambiciosamente.

La intención de estas líneas es instarlos a descubrir y vivenciar un estilo de pensar distinto al objetivista y racionalista; un estilo distinto de conocer y reconocer, concebir y valorar la vida y la existencia, el mundo y el Universo.  Se trata de un pensar la realidad desde la realidad; sin prejuzgarla, sin desestimar lo profundo, complejo o misterioso que podamos encontrar en ella; un pensar que respeta la integralidad real; pues es consabido que la verdad no se inventa sino se descubre; por lo cual lo inteligente es atenerse a ella y no que ella se atenga a nuestras capacidades o conveniencias cognoscitivas.  Por lo tanto, este pensar no rechazará la realidad porque no nos sea asible, observable o cuantificable o porque escapa a la lógica, al análisis y a la estructura del racionalismo abstracto y estático.

Pues bien, aunque cada vez son más los círculos de intelectuales que se preguntan si puede haber conocimiento científico de las realidades en cuanto transobjetivas; pero no son los más los que se cuestionan lo aún recitado por muchos profesores en la educación formal básica, media o superior. Entre los que niegan el conocimiento científico de lo trascendente, transobjetivo, podemos distinguir dos grupos: 1) Quienes contestan que lo trascendente no es objeto de ciencia, pero aceptan la existencia de realidades que escapan a lo objetivable; reduciendo, entonces, el alcance de la ciencia a lo menos valioso de la realidad; cosificándola, objetivándola. 2) Quienes niegan la existencia de lo trascendente como realidad ontológica, reduciendo ya no sólo el conocimiento sino la realidad a lo objetual, a lo material. En el primer caso, se trata de un materialismo metodológico; en el segundo, de un materialismo fundamentalista; en ambos casos, nos dejan instalados en un mundo plano y pragmatista, en el cual se intenta explicar “lo superior” por “lo inferior”; donde se responde al qué con el cuánto y prima por sobre la naturaleza ontológica de la realidad, el preciosismo del método. El problema es que estas visiones no son sólo un juego de elucubraciones sino que adquieren poder, llevando a temibles confusiones e ilegitimidades. (Cf. Aula Socrática III).

                Ahora bien, estamos de acuerdo en que el conocimiento científico  debe ser exacto y riguroso; pero exactitud significa fidelidad a lo que la realidad es y rigurosidad implica hacer uso de todas las capacidades, métodos y técnicas que nos permitan acceder a la verdadera realidad; sin desarticularla, sin quitarle la profundidad y estructura jerárquica interna que posee, sin perder de vista su respectividad y sentido en el Universo. No es suficiente, por lo tanto, exigir al científico, artista, técnico, educador, político, etc. altos coeficientes intelectuales y una serie de conocimientos previos; también requieren poseer el don del respeto, la capacidad de asombro, un sentido de los límites y deberes de su quehacer y de la propia naturaleza de la realidad a estudiar. El problema del objetivismo es que desconoce la categoría de profundidad o estructura ontológica y dinámica de la realidad, del Universo y de nuestros mundos personales.

La categoría de profundidad no alude a una relación espacial, sino a un atributo ontológico de la realidad que dice relación con su carácter jerárquico, tanto en sí como respecto su presencia en el universo. En las realidades personales, lo profundo es “intimidad trascendente”; por lo tanto, inasible, inabarcable, no objetivable; capaz de diálogo, de encuentro.  Es tal el poder ontológico expresivo de nuestra realidad, que “envolvemos” con nuestra trascendencia  incluso a las realidades – objeto, dotándolas entonces de potencialidades que trascienden lo objetual.  Por lo mismo, también son llamadas realidades “atmosféricas” o “ambitales”, para diferenciarlas de las limitadas o cerradas como meras “cosas”; “dimensionales” para diferenciarlas  de las realidades espacialmente delimitadas. Un piano, por ejemplo, en una relación objetivista es sólo un objeto, una cosa, un mueble; en una relación desde la intimidad del pianista, es un instrumento musical que le ofrece infinitas posibilidades, estableciéndose entonces una relación reversible de mutuo influjo y enriquecimiento.  Ejemplifiquemos a través de un diálogo del libro de Saint- Exupéry, donde el Principito acaba de entender que su rosa es más que una flor; pues su propio ser ha trascendido hasta ella, elevándola a un nivel ontológico superior, ambital, personal:

                El Principito dijo a las rosas que encontró en su recorrido
“Ustedes son bellas, pero están vacías –– No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado.  Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
                Y volvió con el zorro:
- Adiós – dijo...
- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a             los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.”

La comprensión de lo profundo requiere esclarecer una serie de categorías decisivas en la conformación de nuestro perfil como profesionales: inmediatez, mediación, alejamiento, cercanía, unión, perspectiva… Por lo pronto, aclaremos que existe una “cercanía invasiva”,  sinónimo de fusión, dominio, apropiación, apoderamiento; propia de quienes objetivan la realidad; pero también existe una “cercanía respetuosa” que implica “lejanía de perspectiva”, aceptación de que el otro es otro y no parte mía, ni hecho al alcance de mi vista o deseos. Entonces,  la “cercanía respetuosa” es “lejanía de perspectivas” que no implica “distanciamiento” sino, por el contrario, “ad-miración”, “acogimiento”, “asombro”, “descubrimiento”, “recogimiento”, “comprensión”, “valoración”, “sobrecogimiento”; en fin, todos aquellas categorías que sólo pueden darse en quien ama y es capaz, por lo mismo, de instaurar ámbitos de “participación colaborativa”, “cultivo” o “encuentro”. Es claro, entonces, que el conocimiento objetivo es algo muy distinto al conocimiento real o saber verdadero. La verdadera “objetividad” –si queremos usar este término-  es la transobjetividad la cual no supone un investigador neutral, sino, por el contrario, exige una actitud de compromiso frente a la verdad descubierta. Tampoco se opone al sentimiento o a la imaginación, cuando son medios para acceder a lo profundo de la realidad. 

Objetivismo y transobjetivismo, representan dos estilos muy diversos de pensar, existir y valorar; dos formas de ver la educación y la profesión pedagógica.  Conozcamos lo esencial de ellos, para poder reconocerlos y decidir cuál de sus caminos asumir como responsabilidad.

a) Ob-jetivo, ob-jectum,  es lo que está-en-frente, lo que es distinto del sujeto y se halla fuera de él; conociéndosele, entonces, de modo espectacular.

b) Objetivo es lo mensurable, localizable espacio temporalmente; es el dato, el hecho que puede ser expuesto a través de proposiciones constatables, cuantificables y generalizables; según cumplan con las normas predispuestas y la técnica que requiere el desarrollo de fórmulas matemáticas o estadísticas, inmutables y reiterables -por tanto, constatables- por todo aquel que haya aprendido su desarrollo. Su universalidad es la posibilidad de constatación sin fronteras mayores que la observación, experimentación y cuantificación; también es la generalidad, sustentada en el cálculo de la probabilidad estadística.

c) El objetivismo se caracteriza por una mente analítica, lineal o discursiva; donde lo objetivo es inventariable, analizable, manipulable, reducible a elementos simples. En esta visión, lo fundamental es lo simple y lo complejo es un derivado de lo elemental; el todo es la mera suma de las partes; pues se vive en un mundo de realidades y conocimientos planos, dispersos, que se dan a un mismo nivel.  No hay jerarquías; ni en el nivel ontológico; ni en el nivel del saber.  Es el campo propicio para los especialismos que desintegran la realidad y el conocimiento, con la consiguiente pérdida de sentido (finalidad, valor); es la ausencia de la transdisciplinariedad y del pensar dialógico.
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d) Lo objetivo al ser plano, al no distinguir niveles de realidad o de pensar; provoca una serie de contradicciones, paradojas o antinomias falsas que, en un nivel de profundidad, aparecerían como dimensiones complementarias, dotadas de dinamismo y de riqueza ontológica y situacional; donde la aparente contradicción es  un sentido según el nivel interno y la respectividad de la realidad en el Universo.  Así, el dolor no disminuye la felicidad; pues mientras ésta es concomitante a la realización personal, el dolor es un estado más o menos permanente y respecto un ámbito o situación. Los aparentes contrastes armonizan en lo profundo.

e) El conocimiento objetivo es inexpresivo, neutro, no suscita emoción por dejar de lado esa dimensión de profundidad existencial que mueve al asombro, a la admiración, al sobrecogimiento, a las convicciones.  Por lo mismo, se facilita la negociación y traición de los valores cuando se ha dado la espalda a la realidad expresante y auto-revelante.  Es fácil tomar decisiones destructivas o aniquilantes de lo valioso, cuando nos movemos a nivel de conceptos y cantidades que consideran abstracciones de realidad.

f)  La verdad real no es simple, porque la realidad y el Universo, nuestros mundos no lo son.  El descubrimiento, entendimiento y cultivo de  la realidad, exige la movilización de todas nuestras facultades.  Se requiere de un estilo de pensar sineidético, esto es, la visión  conjunta de una realidad compleja, incluyendo su plenitud más allá de nuestra comprensión que puede tener límites.  Aunque sea imposible conocer totalmente, íntegramente, a nuestros alumnos, contamos con la complejidad de sus existencias; teniendo por lo tanto, más allá de todo conocimiento, una actitud de acogimiento, de disposición al diálogo, a lo que puede ser.
               
El estilo objetivista que ha imperado por décadas, su invasión en salas de clases, libros y medios audiovisuales, ¿de qué forma ha influido en  nuestros estilos de vida? ¿Cuál es el efecto de una mirada empobrecida de la realidad, anclada en la exactitud cuantitativa? 

Al instalarse el hombre en lo objetivo de la realidad, los valores son considerados irreales o cuestiones sin importancia, sin incidencia en la construcción del mundo o de la cultura, sin poder ontológico y sin mayor importancia incluso en la educación.  Sin valores, el mundo se reduce a fuente de aprovechamiento utilitario y el objetivo de la existencia a adquisición de máximo poder. Así, se busca un conocimiento que dé poder; sin importar que nos aleje de la comprensión y valoración de la realidad, en su sentido y profundidad de ser.  Skinner, uno de los psicólogos más influyentes en la educación de las últimas décadas del siglo anterior, en su libro “Más allá de la libertad y la dignidad” grafica esta forma de entender al hombre:

                                “Se nos dice que lo que queda amenazado es “el hombre en cuanto hombre” o “el hombre en su humanidad”, o “el hombre como sujeto, no como objeto”, o “el hombre como persona, no como cosa”.  Estas  expresiones no son muy útiles, que digamos, pero nos proporcionan una clave. Lo que queda sometido a proceso de abolición es el hombre autónomo –el hombre interior, el homúnculo, el demonio posesivo, el hombre defendido y propugnado por las literaturas de la libertad y la dignidad.
                Su abolición ha sido diferida demasiado tiempo.  El hombre autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de ninguna otra forma.  Lo ha construido nuestra ignorancia, y conforme va aumentando nuestro conocimiento, va diluyéndose la materia misma de que está hecho.  La ciencia no deshumaniza al hombre, sino que lo des-homunculiza, y debe hacerlo, precisamente si quiere evitar la abolición de la especie humana.  Al hombre en cuanto hombre, gustosamente le abandonamos.  Sólo desposeyéndole podremos concentrar nuestra atención en las causas verdaderas de la conducta humana.  Sólo entonces descartaremos las inferencias, para fijarnos en los datos observados, nos olvidaremos de lo milagroso para preocuparnos de lo natural, nos                 despreocuparemos de lo inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible maneja” (Ed.  Fontanella, Barcelona,  1973,     pág. 248)

Y así, por décadas el hombre se ha despreocupado de lo inaccesible; de su dignidad, responsabilidad, capacidad de compromiso, sentido de vida, virtudes morales, intimidad, capacidad de amar… estamos ante el hombre-cuerpo; medible por éste y por sus bienes materiales, por su poder político; la sexualidad es rebajada a sexo y éste a placer del momento, cuando dan ganas…las profesiones se comercializan; al igual que la mal llamada educación, escuela y universidad.  El hombre es considerado un ente más de la naturaleza; al mismo nivel del ambiente; se le quita toda responsabilidad y libertad para dejarlo reducido a las fuerzas de la naturaleza y de los que manejan las formas de manipulación:

                               “El análisis experimental transfiere la determinación de la conducta del hombre autónomo al ambiente –un ambiente responsable, tanto de la evolución de la especie como del repertorio adquirido por cada uno de sus miembros (…) Pero las contingencias ambientales adoptan ahora las funciones  durante un tiempo atribuidas al hombre autónomo (…) ¿Queda entonces el hombre “abolido”? Ciertamente, no, ni en cuanto especie ni en cuanto individuo, en lo que la especie o el individuo pueden llegar a conseguir.  Quien queda abolido es el hombre autónomo interior, y esto significa un paso al frente.  ¿Pero acaso, entonces, no quedará el hombre reducido meramente al papel      de víctima o de observador pasivo de cuanto le acontece?  Ciertamente queda controlado por su ambiente, pero debemos recordar que se trata de un ambiente en su mayor parte producto del hombre mismo.” (Ibíd. pág. 265)

Estamos ante un hombre sin responsabilidad, sin autonomía, determinado por el ambiente.  ¿De qué nos asombramos entonces, cuando vemos comportarse al hombre en forma animalizada o cuando vegeta sin liderar, dejándose llevar por las circunstancias? Para usar la realidad, entonces hay que cuantificarla y el hombre cuenta, saca cálculos; decide de acuerdo con ellos, el dinero es el gran dios de la actualidad.  Hay que aprovechar todo; incluso, aprovecharse de las investiduras, de la confianza y del poder; aprovecharse de quien en ti confía; de la inocencia de un niño; de quien no puede defender su vida ni levantar consignas.

  Es claro, que el conocimiento reducido a lo medible y accesible por observación, experimentación, debe ser ajeno a lo personal, olvidarse de lo más humano; debe ser espectacular. Y el hombre hace espectáculo de todo: se vida más privada e íntima – las relaciones por televisión, los “reality”el auge de los “paparazzi” y del marketing personal.  No se trata de ser mejor; sino de crear imagen.  La presencia de la realidad que sobrecoge; es reducida a imagen y marca; las capacidades al llamado “pituto” o según conveniencias: conviene rodearse de mediocres para gobernar sin mayores problemas; conviene embotar a la juventud: facilitarle el acceso a la mediocridad, a las drogas, a la erotización. Es la época en que el hombre se vende y vende el conocimiento al mejor postor; sin importar que sea para un uso destructivo. Es fácil encontrar a especialistas que al mismo tiempo que sobresalen por su productividad económica, técnica o científica, en el plano afectivo o moral son despreciables pues han perdido la sensibilidad para reconocer lo digno.

Lo inasible... Lo objetivo y la realidad transobjetiva 
https://www.youtube.com/watch?v=c7TM5584Xp4 
 Por otra parte, la exigencia de moverse entre fórmulas verificables, repetibles; dispone a la formación del hombre masa, repetidor no sólo de ideas sino de fórmulas y estilos de vida; un ser fácilmente manejable por la propaganda y las modas. Es el hombre de los slogan repetidos incansablemente, sin interesarse por su sentido o verdad. De aquí se entiende el auge de una arquitectura despersonalizada; que deja de lado los principios aprendidos respecto a la necesidad que tiene el hombre de crear su morada; para centrarse en abaratamiento de costos y poner de moda la vida en poblaciones conformadas por viviendas indistintas que no consideran la privacidad ni los diversos estilos de vida.  También resalta la despersonalización en el uso de un lenguaje empobrecido y grotesco… El problema es que no sólo nos comunicamos con palabras; sino que con ellas formamos ámbitos de convivencia y con ellas pensamos.  Es también la época en que proliferan las pandillas urbanas, los movimientos que reducen la personalidad a un número; lo que desgraciadamente ocurre en muchos hogares, escuelas o colegios, universidades, ámbito laboral.

Junto a la pérdida de originalidad, de expresividad,  se pierde también la facultad de leer el contenido profundo de los símbolos.  Así, vivimos en un mundo rutinario; donde la única forma de salir de su opacidad es en forma insana y artificial, a través de las drogas, el bullicio o  la erotización que permiten la evasión y el vértigo sin más. No hay ritos:

                “Mi vida es algo aburrida -dijo el Zorro al Principito- Cazo gallinas y los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen como también los hombres se parecen entre sí. Francamente me aburro un poco. Estoy seguro que..., si me domesticas mi vida se verá envuelta por un gran sol. Podré conocer un ruido de pasos que será bien diferente a todos los demás. Los otros pasos, me hacen correr y esconder bajo la tierra. Pero el tuyo sin embargo, me llamará fuera de la madriguera, como una música. ¡Mira! ¿Puedes ver allá a lo lejos los campos de trigo? Yo no como pan, por lo que para mí el  trigo es inútil. Los campos de trigo nada me recuerdan. ¡Es triste! Pero tú tienes cabellos de color oro. Cuando me hayas por fin domesticado, el trigo dorado me recordará a ti. Y amaré el sonido del viento en el trigo...
                El zorro en silencio, miró por un gran rato al principito.
-Por favor... domestícame!-suplicó.
-Lo haría, pero... no dispongo de mucho tiempo-contestó el principito. Quisiera encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-¿Sabes...? Sólo se conocen las cosas que se domestican-afirmó el zorro. Los hombres carecen ya de tiempo. Compran a los mercaderes cosas ya hechas. Y... como no existen mercaderes de amigos, es muy simple, los hombres ya no tienen amigos. Si realmente deseas un amigo, domestícame!
-¿Y... qué es lo que debo hacer?-preguntó el principito.
-Debes tener suficiente paciencia-respondió el zorro- En un principio, te sentarás a cierta distancia, algo lejos de mi sobre la hierba. Yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra suele ser fuente de malentendidos. Cada día  podrás sentarte un poco más cerca.
                Al otro día el principito volvió:
-Lo mejor es venir siempre a la misma hora-dijo el zorro- Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto; comenzaré a descubrir el precio de la felicidad! En cambio, si vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué  momento preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué son los ritos?-preguntó el principito.
-Se trata también de algo bastante olvidado-contestó el zorro- Es aquello que hace que un día se diferencie de los demás, una hora de las otras horas. Te daré un ejemplo. Entre los cazadores hay un rito. Todos los jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Para mí el jueves es un maravilloso día, ya que paseo hasta la viña. Si los cazadores no  tuvieran un día fijo para su baile, todos los días serían iguales y yo no tendría vacaciones.” (Cáp. XXI)



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