Aula Socrática: El perfil del educador y su amor por la verdad


Lilian Arellano R.                En un mundo de frágiles ideales, Sócrates eligió la verdad como ideal de vida. Filósofo - educador; su filosofía era educativa; su vocación, enseñar a reflexionar. Pero reflexionar es un peligro para quienes, corruptos, requieren rodearse de mentes quietas, anquilosadas, laxas o entretenidas con el mero espectáculo.  Sócrates, era un problema; pues por sobre toda comodidad, popularidad, ascenso social o material, tenía convicciones.  Su compromiso con la verdad le exigió llevar su genialidad hasta el heroísmo: renunciar al ofrecimiento de la vida si ello le implicaba traicionar la búsqueda y enseñanza de los máximos valores. ¿En un mundo positivista, historicista y pragmatista; es posible elegir la verdad como ideal de vida? ¿Cuál es el reto del educador actual y para lograrlo, qué características debe poseer su perfil? ¿Se puede tener convicciones y ser pluralista y entrar en diálogo con el otro?
               
                Tres atenienses – el poeta Meleto, el político Anito y el orador Licón- llevaron a Sócrates ante un tribunal conformado por quinientos hombres quienes, elegidos al azar, por 280 votos versus 220, le condenaron a muerte. Sócrates no era de gusto popular; sus constantes interrogantes, en busca del sentido y de la sensatez, echaban por tierra muchas de las opiniones generalizadas que dirigían la vida ateniense; sus cuestionamientos, eran un riesgo… Alain de Botton, en uno de sus viajes, se encuentra con la pintura “La muerte de Sócrates” de Jaques-Louis David; su impresión da lugar a múltiples reflexiones; acaso –dice- la razón fuera “el agudo contraste entre el comportamiento que retrataba y el mío propio.  En las conversaciones, mi prioridad era gustar más que decir la verdad. (…) No se me ocurría poner en duda públicamente ideas que gozasen de común aceptación.  Perseguía la aprobación de figuras de autoridad… Pero el filósofo no se había doblegado ante la impopularidad y la condena del Estado.  Además, su confianza brotaba de un manantial más profundo que la bravura o la exaltación impetuosa.  Se cimentaba en la filosofía” (“Las consolaciones de la filosofía”. Ed. Santillana, Madrid, 2002, pág. 16-17).  Más adelante, De Botton agrega “En toda sociedad se manejan nociones referentes a qué creer y cómo comportarnos con el fin de evitar la desconfianza y la impopularidad (…) forma de vestir, los valores económicos que deberíamos adoptar, las personas a las que deberíamos apreciar (…)” (Ibíd. pág. 19)  ¿Cuáles son las convenciones que hoy gozan de popularidad y que volverían, tal vez, a condenar a Sócrates?¿Qué es lo que hoy hay o no hay que decir, hacer, pensar, sentir o creer para ser popular; o acaso la popularidad hoy no es importante?
                 
                Fácil es hablar pero difícil es saber de lo que se habla y a esto último era a lo que Sócrates instaba. Para él,  la opinión incluso verdadera era insuficiente, si no se podía justificar a través de sus por qué y dar razón de ella ante sus posibles objeciones: Conocer, decía, implica comprender por qué algo es verdadero y por qué sus alternativas son falsas. Precisamente, dar razones de lo que se dice, no es bienvenido en mundos donde tienen éxito los opiniólogos y lo correcto o incorrecto se decide por mayorías…20 votos decidieron la muerte de Sócrates. Para Atenas, la opinión de la mayoría se equiparaba a la verdad. ¿Qué es, entonces, lo que actualmente debe preocuparnos: La cantidad de gente que se opone a lo que pensamos o hasta qué punto cuenta con razones para pensar así?

                Romano Guardini, refiriéndose a Sócrates dice: “No todas las personalidades facilitan en la misma medida lo que se puede llamar “encuentro”, pues éste supone un carácter especial.  Un hombre puede poseer admirables cualidades, pero tan peculiares que establezcan una barrera entre él y quien se le aproxime.  Otros logran influir más intensamente, pero sólo a través de sus creaciones, mientras que ellos mismos, personalmente, se retiran del todo.  Por otra parte están aquellos que cautivan humanamente, pero que más allá de eso no significan nada. “(“.La muerte de Sócrates”. Ed. Emecé, Buenos Aires 1960, Pág. II)   Sócrates, se constituye en personaje cuyas ideas y actitud se universalizan, salvando siglos y distancias.  Romano Guardini lo describe como “abogado del puro entendimiento”; “pregonero del amor”; “filósofo crítico” y, a su vez, “guiado por dictados numinosos”; “ético práctico” y “visionario que se siente atraído por las esencias eternas”.  Y a tan gran maestro, tan gran discípulo; pues sólo un igual puede comprender la grandeza del hombre, del pensador y del educador.   Ambos, Sócrates y Platón dedican sus vidas a la búsqueda de la verdad y  a ambos no les es suficiente, pues  por sobre todo les interesa el tipo de hombre que busca la verdad: Tal vez por ello,  para expresar sus ideas recurren al diálogo, diálogo, al mito, al caso, al ejemplo, a la interrogante, a la ironía; en fin, a todo aquello que pueda despertar el alma  humana y disponerla a saber.

                Reflexionemos sobre algunas de las palabras expuestas por Sócrates, cuando se defendiera en los Tribunales (Cf. “Apología de Sócrates de Platón.) Texto completo en:
 http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Platon/Platon_ApologiaSocrates.htm


Sobre la ignorancia de muchos…
          “Tras los políticos, acosé a los poetas; me entrevisté con todos: con lo que escriben poemas, con los que componen ditirambos o practican cualquier género literario, con la persuasión de que aquí sí me encontraría totalmente superado por ser yo muchísimo más ignorante que uno cualquiera de ellos. Así, pues, escogiendo las que me parecieron sus mejores obras, les iba preguntando qué querían decir. Intentaba descifrar el oráculo y, al mismo tiempo,  ir aprendiendo algo de ellos.
         Pues sí, ciudadanos, me da vergüenza deciros la verdad, pero hay que decirla: cualquiera de los allí presentes se hubiera explicado mucho mejor sobre ellos que sus  mismos autores. Pues pronto descubrí que la obra de los poetas no es fruto de la sabiduría, sino de ciertas dotes naturales, y que escriben bajo inspiración, como les pasa a los profetas y adivinos, que pronuncian frases inteligentes y bellas, pero nada es fruto de su inteligencia y   muchas veces   lanzan mensajes sin darse cuenta de lo que están diciendo. Algo parecido opino que ocurre en el espíritu de los poetas. Sin embargo, me percaté de que los poetas, a causa de este don de las  musas, se creen los más sabios de los hombres y no sólo en estas cosas, sino en todas las demás, pero que, en realidad, no lo eran.
         Y me alejé de allí, convencido de que también estaba por encima de ellos, lo mismo que ya antes había superado a los políticos.”

Sobre los discípulos.
           “Por otra parte, ha surgido un grupo de jóvenes que me siguen espontáneamente,    porque disponen de más tiempo libre, por preceder de familias acomodadas, disfrutando al ver cómo someto a interrogatorios a mis interlocutores, y que en más de una ocasión se han puesto ellos mismos a imitarme examinando a las gentes. Y es cierto que han encontrado a un buen grupo de personas que se pavonean de saber mucho pero que, en realidad, poco o nada saben.  Y en consecuencia, los ciudadanos examinados y desembaucados por éstos se encorajinan  contra mí - y no contra sí mismos, que sería lo más lógico -, y de aquí nace el rumor de que corre por ahí un cierto personaje llamado Sócrates, de lo más siniestro y malvado, corruptor de la              juventud de nuestra ciudad.”

La vocación de un educador.
           “(…) si a mí, después de todo esto, me dijerais: "Sócrates, nosotros no queremos hacer caso a Anitos y te absolvemos, pero con la condición de que no molestes a los ciudadanos y abandones tu filosofar; si en otra ocasión te encontramos ocupado en tales menesteres, entonces te condenaremos a morir". Si vosotros me absolvierais con esta condición, os replicaría: Agradezco vuestro interés y os aprecio, atenienses, pero prefiero obedecer antes al dios que a vosotros, y mientras tenga aliento y las fuerzas no me fallen, tened presente que no dejaré de inquietaros con mis interrogatorios y de discutir sobre todo lo que me interese, con             cualquiera que me encuentre, a la usanza que ya os tengo acostumbrados.
       Y aún añadiría: Oh tú, hombre de Atenas y buen amigo, ciudadano de la polis más grande y renombrada por su intelectualidad y su poderío, ¿no te avergüenzas de estar obsesionado por aumentar al máximo tus riquezas y, con ello, tu fama y honores, y de descuidar la sabiduría y la grandeza de tu espíritu, sin preocuparte de engrandecerlas? Y si alguno de  vosotros me lo discute y presume de preocuparse por tales cosas, no le dejaré marchar, ni yo me alejaré de su lado, sino que le someteré a mis preguntas y le examinaré, y si me parece que   no está en posesión de la virtud, aunque afirme lo contrario, le haré reproches porque valora en poco o en nada lo que más estima merece, y a ello prefiere las cosas más viles y despreciables.
      Éste será mi modo de obrar con todo aquel que se me cruce por nuestras calles, sea   joven o viejo, forastero o ateniense, pero preferentemente con mis paisanos, por cuanto tenemos una sangre común. Sabed que esto es lo que me manda el dios. Enteraos bien: estoy convencido de que no ha acaecido nada mejor a esta polis que mi labor al servicio del dios.  En efecto, yo no tengo otra misión ni oficio que el de deambular por las calles para persuadir a jóvenes y ancianos de que no hay que inquietarse por el cuerpo ni por las riquezas, sino, como ya os dije hace poco, por conseguir que nuestro espíritu sea el mejor posible, insistiendo en que la virtud no viene de las riquezas, sino al revés, que las riquezas y el resto de bienes y la           categoría de una persona vienen de la virtud, que es la fuente de bienestar para uno mismo y para el bien público. Y si por decir esto corrompo a los jóvenes, mi actividad debería ser condenada por perjudicial; pero si alguien dice que yo enseño otras cosas, se engaña y pretende engañaros.
       Resumiendo, pues, OH atenienses, creáis a Anito o no le creáis, me absolváis o me declaréis culpable, yo no puedo actuar de otra manera, aunque mil veces me condenarais a morir.”
         Antístenes, tuvo el privilegio de estar junto a Sócrates el día que éste debió traspasar los umbrales de la vida y entregar sus últimas enseñanzas; no sólo a través de sus palabras sino de su actitud ante la vida y ante la muerte: serenidad, coraje, reciedumbre:


      “Yo voy a sufrir la muerte, a la que me habéis condenado, pero ellos sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad les condena (…). Vosotros también, OH jueces míos, debéis tener buena esperanza ante la muerte y convenceros de una cosa: que no hay mal posible para un hombre de bien, ni durante esta vida, ni después en el reinado de la muerte, y que los dioses jamás descuidan los asuntos de los hombres justos. Lo que me ha sucedido a mí no es fruto de la casualidad; al contrario, veo claramente que morir y quedar libre de ajetreos era lo mejor para mí. Por esa razón en ningún momento me ha disuadido la voz del genio; también por esa razón yo no estoy enojado contra mis acusadores ni contra los que me han condenado, aunque ninguno de ellos quería hacerme un bien, sino un mal, lo que les echó en cara.
     Y ahora debo pediros un último favor: cuando mis hijos se hagan mayores, atenienses, castigadles, como yo os he incordiado durante toda mi vida, si pensáis que se preocupan más de buscar riquezas o negocios que de la virtud. Y si presumen de ser algo, sin serlo de verdad, reprochádselo como yo os he reprochado, y exigidles que se cuiden de lo que deben y que no se den importancia, cuando en realidad nada valen. Si hacéis esto, ellos y yo habremos recibido el  trato que merecemos.
   No tengo nada más que decir. Ya es la hora de partir: yo a morir, vosotros a vivir. ¿Quién va a hacer mejor negocio, vosotros o yo? Cosa oscura es para todos, salvo, si acaso, para el Dios”
                                              
              Cuánta razón en la sentencia que entonces emitiera Antístenes:
             “Las ciudades perecen cuando no saben distinguir los buenos de los malos»

La mayéutica.
                Para Sócrates, el educador no es alguien que entrega una verdad para que otro la reitere, sino que es quien, a modo de una partera (mayeuta), ayuda al educando a dar a luz la verdad.  Son las preguntas las que mueven al alma para que, ya despierta escudriñe, indague y descubra por sí misma la verdad. Sólo se requiere ser conscientes de la verdad allí, presente, acogerla y saber enunciarla.  Dar razón de la verdad acogida y de su incuestionabilidad ante posibles alternativas, dar razón de la insensatez de aquellos supuestos u opiniones generalizadas que subyacen a la vida, son partes del camino Socrático que Alain de Botton, explicita y ordena muy pedagógicamente en su libro “Las consolaciones de la filosofía”. (Ed. Punto de lectura, España 2002, págs. 39 al 41)

APROXIMACIÓN A LA MAYÉUTICA (MÉTODO EMPLEADO POR SÓCRATES):
  • Elija un enunciado, de interés filosófico - educativo, que sea de aceptación generalizada.                            Ej. Las personas instruidas son más valiosas para la comunidad.
  • Dé por supuesto que el enunciado es falso. Busque, en su realidad circundante, al menos 3 situaciones en las que el enunciado no resulte verdadero:                                                                                         Ej. Fue una persona instruida, quien inventó la bomba atómica.  Hitler era una persona instruida.                      María de los Ángeles, apodada "La Quintrala", siendo una persona instruida, mandó asesinar a su propia familia; etc.
  • Si encuentra una o más situaciones que demuestren la imprecisión del enunciado, intente ahora una formulación  más precisa del mismo, considerando lo descubierto por usted en el paso anterior.
            Ej. Dado que la instrucción es un medio, el buen o mal uso de la misma, depende de la                              moralidad del instruido.